sábado, 20 de enero de 2007

Cuando los objetos tienen vida propia

A veces, los objetos cotidianos tiene vida propia. Lo malo, es que te das cuentas de ello en los momentos más inoportunos. ¿Nunca se os ha caído algo al suelo y justo va a parar a la parte más lejana del hueco de la cama? Digo cama, como pudiera ser un sofá o una mesa grande.


La cuestión es que siempre estará en un lugar el cual te obligue a agacharte o incluso a meter medio cuerpo debajo de la cama. ¿Existe un campo magnético que atrae a todo objeto al final del hueco de la cama? Esta es una de las teorías que se barajan pero yo sostengo una segunda teoría.

El quiz de la cuestión es que como todo el movimiento de la caída y el momento que rebota contra el suelo se hace tan rápido, y no nos damos cuenta, es en esas fracciones de segundo cuando el bolígrafo más simple que puede haber, saca una fuerza sobrehumana y se desplaza hasta el fondo. Donde la cama hace contacto con la pared, ahí es. Llevándolo a un extremo, ¿qué pasaría si se nos callese una cama de casa de muñecas (de estas que son pequeñitas) y acabase también debajo de nuestra cama? No quiero ni pensar qué bucle espacio-temporal se podría crear al haber una cama debajo de otra cama. Seguramente Eduard Punset nos podría contestar a esto.
Aquí no acaba todo. Para colmo, el peor momento, y donde más desprevenidos nos pilla, es el neceser de viaje. No vemos que sucede, pero siempre pasa algo. El bote de champú, el de gel, la botella de colonia, el spray de desodorante... Cualquiera de ellos enloquece y escupe todo su contenido como si toda su vida se hubiera estado enjuagándo la boca con el líquido.


Y es que los neceseres son más traicioneros que el truco de un mago: ves que hay un inicio y un final pero no sabes qué ha pasado.

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